Somos algo más que el resultado de una serie de reacciones bioquímicas. Las emociones son parte del equipo básico con el que nacemos y nos van a permitir adaptarnos al entorno y a reaccionar frente al mundo. A través de ellas aprendemos a conectar con los hechos y a través de los hechos conectamos con una emoción que ya está ahí. Por eso, no podemos aprender a emocionarnos, a estar tristes o alegres.
Lo que se puede regular es el grado en el que las emociones se expresan. Y eso tiene que ver con el entorno en el que hemos crecido. Está directamente relacionado con los valores y las creencias implícitas en la educación que hemos recibido. Es posible que hayamos nacido en una familia en la que la expresión de la rabia esté mal considerada y hemos aprendido a reprimirla; sin embargo, eso no quiere decir que no la sintamos. La emoción guardada encontrará su manera de expresarse en el cuerpo.

Primero es la emoción y luego el razonamiento. Sentimos una emoción y después le damos una explicación racional a lo que nos pasa. Nos alejamos del sentimiento cuando entramos en la explicación. Si aprendiéramos a no justificarnos, sabríamos, sin pensar, lo que sentimos.
Cuando nos pasa algo, cuando vivimos una experiencia bien sea por un impacto o por una situación acumulativa, experimentamos emociones que son automáticas y a las que no prestamos la debida atención. Estas emociones generan sentimientos y éstas pensamientos. Conocer nuestra forma de pensar, distinguir nuestros sentimientos y ser conscientes de nuestras emociones es fundamental para el equilibrio de nuestro sistema, fundamental para vivir en coherencia y armonía y con más salud.